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Los niños Y El Covid-19

Ciencia

Curiosidades de Ciencia y Naturaleza: Bienvenido

Los efectos del COVID-19 en los niños

En algunos Paises se acerca el regreso a la escuela, y los expertos evalúan los riesgos que corren los más jóvenes y con qué facilidad transmiten el virus a los adultos.

Desde el comienzo de la pandemia, se ha difundido que el COVID-19 no afecta la salud de todas las personas por igual. Mientras que el SARS-CoV-2 podría matar a un adulto de 50 años, podría no ocasionar ningún daño en un niño de cuatro años.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. están recomendando la reapertura de las escuelas primarias y secundarias, con la premisa de que los riesgos para la salud deben compararse con los riesgos que supone la permanencia en el hogar, que afecta fundamentalmente a los niños pobres y pertenecientes a las minorías, y a aquellos con discapacidades que dependen del almuerzo escolar y los programas de asistencia extracurricular. Cuando esos niños no pueden ir a la escuela, el desempeño decae, la salud mental y física se ve afectada, desaparecen los momentos clave para socializar y muchos se atrasan con el programa de vacunación.

"Las consecuencias que sufren los niños son diferentes a las de los adultos", afirma Megan Tschudy, pediatra de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins.

Sin embargo, los científicos todavía están investigando cómo afecta el virus a los niños y si los niños pueden transmitirlo a sus cuidadores adultos. Según explica Rachel Graham, epidemióloga de la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, aún no se logra comprender por qué los distintos tipos de coronavirus -incluidos el de la COVID-19 y sus parientes, SRAS-CoV y MERS-CoV- afectan de forma diferente según los rangos de edad.

Graham habló con National Geographic sobre los efectos del COVID-19 en niños por primera vez en marzo, y asegura que aún no se ha descubierto por qué el virus afecta menos a los más pequeños. Si bien se ha demostrado que los niños son más susceptibles de contraer el virus de lo que se creía, los expertos todavía desconocen por qué no contraen la versión más grave de COVID-19 que afecta a tantos adultos.

Tampoco está claro con qué facilidad los niños pueden transmitir el virus entre ellos o a los adultos. Un estudio del Centro de Control de Enfermedades de Corea del Sur publicado la semana pasada, en el que participaron casi 65.000 individuos, reveló que los niños de 10 a 19 años podrían propagar el COVID-19 en el hogar con la misma eficacia que los adultos.

Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades o CDC (por sus siglas en inglés), solo el 2 por ciento de los casos de COVID-19 registrados en un hogar corresponde a niños menores de 18 años. Sin embargo, los datos recopilados por Bloomberg muestran que esas tasas pueden variar mucho según la región. 

Un pequeño porcentaje de menores que dan positivo por COVID-19 desarrollan una afección muy grave conocida como síndrome inflamatorio multisistémico en niños (MIS-C), y no está claro si la enfermedad tiene otras consecuencias a largo plazo.

"Provoca una inflamación muy grave en los pulmones y puede causar enfermedades más peligrosas en el futuro", explica Graham. Y agrega: "pero tendría que realizarse un seguimiento más prolongado de los niños que se han recuperado de la enfermedad". Y como estas enfermedades tan graves no suelen atacar a los jóvenes, "ha habido mucha menos investigación y muchas menos pruebas", aclara Tschudy.

¿Con qué facilidad pueden propagar la enfermedad?

"En igualdad de condiciones, es mucho más probable que los niños transmitan más enfermedades", expresa Graham, aludiendo a la forma particular en que los niños suelen interactuar entre sí y a su propensión a tocar todo tipo de objetos y partes del cuerpo. Sin embargo, señala que no hay suficientes datos para demostrar que transmiten el virus de igual forma que los adultos.

Si bien el estudio de Corea del Sur mostró que los niños mayores de 10 años, efectivamente, transmitían el virus, los niños mucho más pequeños tenían un 72 por ciento menos de probabilidades de transmitir la enfermedad a los adultos.

Sin embargo, no se puede descartar que un niño menor de 10 años pueda transmitir el virus. Un estudio demostró que los niños muy pequeños -incluidos los bebés-, dejaban rastros del virus, aunque no se determinó el potencial infeccioso de esos restos. Pero otro estudio realizó un seguimiento de un niño de nueve años positivo por COVID-19 que visitó tres escuelas sin transmitir el virus. La forma en que se interactúa con los niños parece determinar el grado de transmisión. Las guarderías que permanecieron abiertas durante la pandemia han tenido una variedad de experiencias, desde grandes brotes hasta una ausencia total de casos en ciertos establecimientos.

Una teoría para explicar que los niños no transmiten la enfermedad como los adultos parte de la base de que el COVID-19 se propaga principalmente a través de las gotas que se exhalan, y los niños exhalan con menos fuerza y ​​más cerca del suelo.

"Si tienes hijos, conoces muy bien los alaridos de los niños, pero eso no necesariamente significa que tengan una gran capacidad para propagar el virus", explica Barnett, indicando que el tono fuerte de un niño no conlleva la misma fuerza con que un adulto puede toser o estornudar.

"Aunque interactúan muy de cerca, no se agrupan en áreas como el metro de Nueva York, bares o eventos deportivos de la misma manera", señala.

Y cuando un adulto se enferma, es muy probable que, de todos modos, concurra a la oficina que comparte con otros. En cambio, si un niño se enferma, los padres suelen procurar que sus hijos se queden en casa.

Barnett señala que, en definitiva, los expertos solo pueden especular teorías.

"Si contáramos con un rastreo de todos los contactos sería mucho más fácil entender la dinámica de la transmisión", señala Graham. "Eso daría una idea mucho más clara de la cantidad de personas que entran en contacto entre sí".

¿Por qué los menores de 10 años se enfermarían menos?

"Al comienzo de la pandemia, se sabía muy poco acerca de los efectos en los diferentes rangos de edades. Se suponía que todas las personas, independientemente de su edad, podrían verse igualmente afectadas, y había una gran cantidad de preparación", expresa Tschudy. Sostiene, además, que el cierre temprano de las escuelas puede haber contribuido a proteger a los niños.

Por otra parte, las pruebas se limitaron a las personas con síntomas  de una posible infección por COVID-19, y según Tschudy, es probable que los niños infectados y asintomáticos hayan pasado desapercibidos.

Una teoría muy difundida sostiene que los niños menores de 10 años no contraerían la enfermedad debido a una enzima denominada ACE2. Cuando el SARS-CoV-2 ingresa en el cuerpo, las proteínas espiga (S) que rodean el virus se adhieren a la ACE2 como una pieza que encaja con otra en un rompecabezas.

"Una de las teorías es que los niños tienen más receptores ACE2 en la nariz y en el sistema respiratorio superior que en los pulmones, y los adultos, en cambio, tienen estos receptores en los pulmones", explica Elizabeth Barnett, jefa de enfermedades infecciosas pediátricas en el Boston Medical Center y profesora de pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston.

La mayor producción de receptores ACE2 en los pulmones explicaría las infecciones más graves que sufren los adultos que contrajeron COVID-19.

Un estudio realizado en 305 personas de cuatro a 60 años reveló que las enzimas ACE2 eran menos activas en niños menores de 10 años.

Además, los sistemas inmunes más resistentes y adaptativos protegerían a los niños pequeños de la enfermedad, sostiene Alvaro Moreira, neonatólogo del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en San Antonio. Moreira explica que el sistema inmune de una persona tiene dos formas de defenderse: "una que no requiere memoria y otra que sí".

A medida que envejecemos y nos exponemos a bacterias y virus, el sistema inmune desarrolla células que registran virus específicos para luego atacarlos de manera más eficiente. El cuerpo de un niño, que todavía está construyendo este registro, depende del otro mecanismo de defensa del sistema inmune.

"Ese sería el sistema inmune innato", sostiene Moreira. "Y sabemos que es menos probable que los niños presenten una respuesta innata exagerada".

Cuando el sistema inmune innato se defiende, las células inmunes comienzan a atacar a los agentes patógenos que ingresan al cuerpo. Durante este proceso, el cuerpo libera moléculas llamadas citoquinas, que permiten que las células se comuniquen entre sí. Cuando el sistema inmune libera demasiadas citoquinas, se afecta el tejido sano. Algunos de los adultos con una manifestación muy grave de COVID-19 han fallecido como consecuencia de estas denominadas "tormentas de citoquinas".

Tschudy sostiene que los niños suelen tener niveles más bajos de citoquinas que evitan dichas tormentas, posiblemente porque “los niños pequeños están expuestos a nuevas infecciones todo el tiempo, y cuando se exponen a un nuevo virus como el que causa el COVID-19, su sistema inmune está preparado para responder de forma efectiva, combatir el virus y no provocarles daño".

Algunos niños enfrentan mayores riesgos

Si bien el sistema inmunitario de un niño parece estar biológicamente preparado para evitar el COVID-19, no todos los niños revelan los mismos efectos.

"La gran mayoría de los niños con una versión grave de COVID suelen tener otros factores de riesgo", explica Philip Zachariah, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas en la Universidad de Columbia y epidemiólogo en el New York-Presbyterian Morgan Stanley Children's Hospital.

En un estudio que publicó a principios de junio, Zachariah revisó los casos de 50 niños que ingresaron por COVID-19. Todos los niños se recuperaron, menos uno. Si bien se vinculó la obesidad de niños mayores de dos años a las manifestaciones más graves de la enfermedad, Zachariah aclara que esto simplemente puede reflejar la realidad de los casos atendidos en el New York-Presbyterian.

"Creo que, a grandes rasgos, los datos reflejan que los niños de bajos recursos y las minorías raciales están más expuestos al contagio", expresa.

Lo que puede afirmarse es que los niños pequeños que contraen la enfermedad parecen tener más probabilidades de recuperación que los adultos. Y que las mismas medidas que toman los adultos para prevenir el contagio (el distanciamiento social, el uso de mascarillas y el lavado de manos) ayudan a prevenir el contagio en niños.

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El calentamiento goblar efecta a la capa de hielo

Naturaleza

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La capa de hielo más grande de la Tierra es más vulnerable al derretimiento de lo que se pensaba

Pruebas impactantes sugieren que la última vez que la capa de hielo de la Antártida Oriental colapsó, agregó más de 3 metros al aumento del nivel del mar y es factible que vuelva a suceder.

Un cristal raro, translúcido, blanco y negro que permaneció en una caja durante 30 años ha llevado a los científicos a un sorprendente descubrimiento: la capa de hielo de la Antártida Oriental, que contiene el 80 por ciento del hielo del mundo, puede ser aún más vulnerable al calentamiento de lo que se creía.
Los científicos habían determinado que esta capa de hielo se retiró por última vez hace unos tres millones de años. Pero un nuevo artículo publicado en la revista Nature sugiere, basado en un estudio de cristales recolectados en la región, que una gran parte se derrumbó hace solo 400.000 años. Lo más sorprendente de todo es que los cálculos del equipo sugieren que el cambio drástico ocurrió durante un período cálido prolongado pero relativamente suave.
Durante ese período de tiempo, la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera nunca aumentó mucho, alcanzando un máximo de solo 300 partes por millón (ppm), dice David Harwood, quien estudia la historia glacial antártica en la Universidad de Nebraska en Lincoln.
"Eso es lo que da miedo", dice Harwood. Los niveles modernos de dióxido de carbono superaron las 300 ppm en 1915 y actualmente se sitúan en 410 ppm. En los próximos siglos, ese dióxido de carbono adicional podría elevar las temperaturas y el nivel del mar, muy por encima de lo que sucedió hace 400.000 años, dice. "Esto no es un buen augurio para el futuro".
Se prevé que las otras capas de hielo del mundo, incluidas las de Groenlandia y la Antártida occidental, perderán hielo en el próximo siglo. Groenlandia se encuentra lejos del Polo Norte, exponiéndose al aire cálido y la Antártida Occidental se encuentra en un amplio recipiente que se sumerge por debajo del nivel del mar, exponiéndose a las cálidas corrientes oceánicas. Pero la capa de hielo de la Antártida Oriental se consideró más segura, ya que ocupa el frío Polo Sur y la mayor parte se encuentra en una tierra que lo protege del calor del océano.
"Durante décadas, la capa de hielo de la Antártida Oriental ha sido vestida con esta armadura de invencibilidad", dice Slawek Tulaczyk, un glaciólogo de la Universidad de California, Santa Cruz, que participó en la investigación. Hablar de reducirlo "hasta hace poco era impensable".
Si estos nuevos descubrimientos se confirman, entonces la Antártida Oriental puede contribuir al aumento del nivel del mar antes de lo esperado. Es posible que los gases de efecto invernadero que los seres humanos han producido hasta la fecha ya se hayan bloqueado en 12 metros del eventual aumento del nivel del mar de todos los glaciares que se prevé que se derritan en los próximos siglos, incluidos los de la Antártida Oriental.
Resolviendo un misterio
Este descubrimiento surgió de un estudio de las delicadas capas de un cristal blanco y negro de las profundidades de la capa de hielo. Tulaczyk y Terry Blackburn, geoquímico de la UC Santa Cruz, se encontraron con el cristal mientras estudiaban algo más. Comenzó en el año 2017, cuando visitaron Taylor Valley, en la costa de la Antártida Oriental, para investigar un misterio: las mediciones realizadas por ellos y por otros científicos habían demostrado que el agua que se filtraba por el suelo era inusualmente alta en uranio.
"Esta señal venía de otro lugar" más allá del valle, dice Graham Edwards, estudiante de doctorado de Blackburn que también estaba en ese viaje. Y entonces buscaron la fuente de la señal de uranio, esperando que pudiera revelar algo interesante sobre la historia de la capa de hielo.
Aunque la mayoría de la gente conoce el uranio como combustible nuclear, se encuentran pequeñas huellas de este en las rocas, en los ríos y en los océanos del mundo. La mayor parte existe en una forma pesada, llamada uranio-238. Pero mezclado con él, los científicos siempre encuentran algunos átomos de una versión más ligera, llamada uranio-234, que se produce cuando su primo más pesado sufre una descomposición radiactiva. En todos los océanos del mundo, la proporción de estas dos formas es relativamente constante: aproximadamente un átomo de uranio-234 por cada 16.000 átomos de uranio-238.

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Las capas de cristal como estas, que se formaron hace 200.000 años debajo de la capa de hielo de la Antártida Oriental, revelan que se derritió hace 400.000 años, mucho más recientemente de lo que se pensaba.

Los científicos teorizan que cuando una capa de hielo cubre un continente durante mucho tiempo, el agua atrapada debajo de este acumula lentamente uranio 234. Esto sucede cuando el uranio-238 en las rocas y en la grava debajo del hielo se descompone, arrojando átomos de uranio ligero al agua, donde se acumulan con el tiempo.
El agua que se filtra a través del Valle de Taylor es inusual porque contiene de dos a cinco veces el nivel habitual del uranio 234 más ligero. "Esos fluidos han estado en contacto con la roca durante un período de tiempo significativo", especula Blackburn.
Por lo tanto, medir la cantidad de uranio-234 debajo de la capa de hielo de la Antártida Oriental podría proporcionar pistas sobre cuánto tiempo ha pasado desde el retiro más reciente de la capa de hielo.
Desbloqueando las rocas
Sin embargo, nadie había medido el uranio 234 debajo de una capa de hielo. Entonces Blackburn, Edwards y Tulaczyk se propusieron tratar de encontrar minerales que se formaron en el agua debajo de la de la Antártida Oriental. Esas rocas podrían registrar cuánto uranio-234 había en el agua donde fueron creadas, lo que a su vez podría revelar cuándo se había derretido por última vez la lámina.
Encontrar rocas debajo de la capa de hielo puede sonar como un sueño imposible, pero Tulaczyk y Blackburn sabían de un lugar donde las rocas debajo del hielo llegan a la superficie, un área llamada Elephant Moraine, justo sobre las  montañas del Valle Taylor.
Miles de rocas cubren el hielo allí. Se levantan del fondo del hielo sobre una cresta de montaña enterrada, como una ola rompiendo a un ritmo glacial. Los vientos secos constantes evaporan la superficie del hielo varios centímetros al año, por lo que las rocas eventualmente llegan a la superficie.

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